Todo estudiante de historia conoce sobre la tragedia de los (bienes) comunes. Cuando los granjeros compartían tierra de pastado para su ganado, ninguno tenía incentivo alguno para evitar que se sobreutilizara, y sin incentivos individuales, los comunes se degradaron hasta quedar inservibles.
Hablamos de esto como si fuese una ley inevitable, una falla en el sistema que evita que las comunidades logren beneficiarse de recursos comunes.
Por supuesto, eso no es verdad.
La cultura nos permite compartir todo tipo de cosas sin que se convierta en tragedia. La gente es capaz de rebelarse ante las motivaciones para lograr ganancias de corto plazo, no estamos atados de manos.
Podemos organizar, codificar y proteger.
Requiere que digamos, «por favor no», mas aun que «yo no». La cultura puede ser el antídoto del egoísmo.
De hecho, es el único.