“No vayas al mercado cuando tengas hambre.”
La razón es obvia—cuando tienes hambre, es más probable que compres cosas. El riesgo es que comprarás algo que no necesites, porque, por supuesto, todas esas compras no te están haciendo menos hambriento.
Lo mismo es verdad para casi todo aquello que buscamos vender. El agua a alguien sediento, educación a alguien que busca iluminarse, metas a alguien ansioso por avanzar—esto es dramáticamente más fácil y satisfactorio que tener que persuadir primero a alguien que realmente esté preocupado por la diferencia que quieres hacer.
¿Obvio? Creo que sí.
Pero la mayoría de los mercadólogos cometen este error el primer día y siguen haciéndolo el resto de sus carreras.
Puedes estar enamorado del cambio que quieres promover en el mundo. Es mejor comenzar con una audiencia que está echándote porras para que tengas éxito.