El monólogo que suena en nuestro cerebro es ruidoso. Como heavy metal comparado con las señales tranquilas que obtenemos del resto del mundo.
Todo el dia, cada dia, ese ruido sigue y sigue. Es la única voz que ha visto todo lo que hemos visto, cree todo lo que creemos. Es el ruido que no solamente critica cada acción de casi cada persona que no está de acuerdo con nosotros, sino que critica sus motivos también. Y, si nosotros lo cuestionamos, nos critica también.
¿A alguien le sorprende que la proyección es más poderosa que la empatía?
Cuando conocemos gente celebramos cuando están de acuerdo con nosotros, o intentamos cambiarlos o ignorarlos cuando no es así. No hay mucho espacio para ello, «pueden tener una experiencia distinta de este momento que la que yo tengo.»
Ese ruido en nuestra cabeza es egoísta, temeroso y está enojado. Ese ruido se cree muy importante, que no necesita a nadie y cree ser siempre certero. Ese ruido empuja nuestra intimidad lejos y hará lo necesario para degradar a aquellos que puedan retarnos.
Pero, contra todos los pronósticos, la empatía es posible.
Es posible amplificar esas señales tan tranquilas que otros nos mandan y practicar el imaginar, incluso por un momento, como sería tener ese ruido en lugar de nuestro ruido.
Si podemos meterle el esfuerzo y dedicar el tiempo para practicar esa habilidad, podemos ser mejores en ello. Simplemente debemos empezar.