En nuestro ir y venir diario rara vez pensamos en poner límites. Buscamos lo máximo o lo mínimo. O lo más mediocre.
Todos los extremos son malos. La falta de ejercicio y el exceso de ejercicio, no beber agua o tomarla en cantidades ilimitadas.
Carecer en absoluto de una guía espiritual, de meditación o de reflexión contra darse golpes de pecho y tratar de seguir al pie de la letra y de manera literal cualquier escritura religiosa.
Nos comprometemos con algo y posteriormente, aunque sepamos que estemos equivocados, seguiremos en la misma postura en un principio incontrolable de “consistencia”.
Pongamos límites a nuestra vida ilimitada.