Hace cien años, Elsa von Freytag-Loringhoven, la artista punk original, y también una Baronesa, creó una obra de arte que causó sensación.
Su amigo (entre comillas imaginarias por favor) Marcel Duchamp vino a su rescate cuando la obra fué originalmente rechazada por el espectáculo de arte al que fué sometida. Le tomó fotografías y el mundo del arte visual cambió para siempre.
A través de los años siguientes, Duchamp tomó incluso más crédito por la pieza. Es considerada una de las más influyentes obras de arte del siglo 20, pero hasta hace poco la Baronesa no tenía el crédito.
Cuando “Fountain” causó un primer alboroto, representó un cambio en el arte, de hecho a mano a hecho por una máquina, de pre-fotográfico a post. De algún modo, fue el fin del arte fino como método.
Seth Godin ha estado hablando sobre “Fountain” por años en sus conferencias. La combinación de lo común con lo audaz lo hizo un ejemplo perfecto de lo que significa saltar. La declaración fué clara: La primer persona en instalar un mingitorio en un museo fué un artista. La segunda fué un plomero.
Fountain representa algo mas que eso ahora. También nos habla sobre el éxito, sobre el crédito y el estatus.
¿Quién tiene derecho a crear? Cuando alguien contribuye, ¿Estamos dispuestos a escucharlo?
¿Y Duchamp? Luchando con su prolongada pausa del arte (jugó ajedrez por decadas en lugar de ello) podemos imaginar que estaba batallando por reclamar algo importante, pero por supuesto, no estaba simplemente reclamando, estaba tomándolo. Robándose la magia de alguien más.
Perdió el valor, no su talento. Las expectativas funcionan para ambos lados.