Muhammad Ali era su propio hombre espectactulo, un poeta del rollo.
Y funcionaba. Por algunas razones:
Por mucho tiempo fue cierto. Era el mejor.
Era muy divertido verlo; parte del trato.
Y cuando terminó, como sucede, la audiencia estuvo de acuerdo con ello.
Los mercadólogos flojos y sus redactores tienen seguido la tentación de hacer lo mismo. De reclamar algo que no tienen, de hacer por adelantado. El problema es la pregunta que eso crea en aquellos que buscas cambiar: ¿Si vas a mentir sobre eso, acerca de qué más vas a mentir?