Cuando armas un sistema, es útil recordar que sucedería si no funciona. Dependiendo de los costos en el caso de «no funciona», puedes introducir mas resiliencia a dicho sistema.
En la mayoría de los casos, el «no funciona» no es catastrófico. Si tu tostador no funciona, pues no es para tanto. En unos días podrás volver a tostar pan mientras que vives con pan blando. Pero por otro lado, si vas rumbo a Marte, probablemente estarás contento de haber llevado algunos tanques extra de oxígeno, incluso si el costo de hacerlo es muy alto.
Cometemos dos errores cuando organizamos un sistema:
Nos ponemos muy optimistas al respecto de la confiabilidad del sistema, y combinamos eso con una narrativa que minimiza el costo de vivir sin dicho sistema. Pongamos en ese supuesto al estado actual de nuestra infraestructura de internet.
Por otro lado, nos ponemos super pesimistas al respecto de la probabilidad y costo de darse una falla. Esto lleva a que «sobre ingeniemos» las cosas, o que paguemos más de lo que debemos por hacerlas redundantes. El poner chalecos salvavidas en aviones es un gran ejemplo de esto. Al igual que lo es el evitar el último error de dedo al escribir en el teclado. Es por ello que nuestros sistemas privados de salud y seguros sean tan caros. Usualmente ese ultimo 0.01% es la parte mas cara.
Un talento útil en el campo de la toma de decisiones ejecutivas es la habilidad de describir la resiliencia y el costo de fallar en una manera no emocional. Especialmente cuando es difícil hacer eso.
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